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Meteora, un presagio.

11/03/2021 - 07/05/2021

 

Hay cascos de guerreras, naves espaciales, un bosque nevado, materiales densos ligeros ásperos suaves, formas agudas curvas precisas, hay una cyborg llegando, una danza imposible, hay fotos, hay un mediometraje que aún no ha sido, un lenguaje insuficiente. Rastros del futuro. Hay un geólogo de sueños y pesadillas colectivas, un orfebre disciplinado, un humilde perseguidor de huellas, un monje que se vacía para que el mundo advenga.

 

Cápsulas espaciales en el bosque nevado. Un cuerpo sólido y hermético sobre la nieve, aparente contraste entre las formas punzantes del primero y las formas ondulantes de la segunda. Geometrías minerales que se continúan unas en otras y revelan la precariedad de la distinción entre lo orgánico e inorgánico que lo viviente ignora. El silencio de la imagen vibra, inquieta. La nieve, como la arena o la tierra, tiene la poética de lo indómito. La cápsula espacial y la nieve, en silencio compartido, operan como recuerdo o promesa, y allí se detienen, sin decir de qué. 

 

Osée, Balkis, Sara, Nicée, Iole. La osada, la reina negra a quien los monoteísmos privan de nombre, la vieja estéril que engendra, la victoriosa, la avasallada. Las cinco regresan, guerrilleras, en la huella de sus cascos. No se trata de la cabellera arrancada por el conquistador sino de un gesto restitutivo, se trata de volver a decir sus nombres al mismo tiempo que se hace de su cuerpo una armadura, el símbolo de la potencia afirmativa. 

 

Una cyborg brota de una cápsula espacial, su vestido y ella misma son prolongaciones de la nave. Dice “ella está viniendo” y enmudece, sin decir quién. Humana y maquínica, niña nueva y pitonisa, la cyborg es un momento de una leyenda no escrita, ciudad invisible y ultraterrena de ruinas metálicas, enteras y sin embargo, partidas.

 

Desde su origen histórico, la masculinidad es un modo de vincularse con lo que se percibe como otro, la naturaleza y las mujeres, según el modelo de la caza y la conquista. La épica del héroe es la de quien somete, arrasa y luego explica. Su obra no puede ser otra cosa que un objeto autosuficiente, un símbolo de su poder, de su genio absoluto, una versión acabada del mundo. Sin pregunta pendiente, sin misterio, sin oniria, sin poética verdadera. Meteora, en cambio, es una composición variable, una muestra arqueológica de fragmentos, huellas de temporalidad doble de un pasado que está por venir. 

 

Meteora no es una idea sino un presagio, un relato fragmentario de futuros posibles que se obtiene a partir de señales que se han visto o de intuiciones y sensaciones certeras.

 

Natalia Ortiz Maldonado.

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