Paola Vega: Sustraccciones
14/08/2024-18/10/2024
Los caminos de Paola Vega
Bahía Blanca, principios de los 90, 1992 para ser precisos. Paola Vega, entonces una adolescente inquieta, a la que no es difícil imaginar sorteando las vicisitudes que se le cruzaban para seguir una intuición, la de ser artista, más precisamente pintora. En esos años recorre talleres, asociaciones artísticas, al mismo tiempo que “consume” vorazmente revistas de labores y de moda, y aprende técnicas y combinaciones de colores, formas, estilos. Cuenta con el apoyo de su familia directa, padres y abuelos, que aún con la convicción de que debía seguir una carrera más tradicional, no se interponen en su búsqueda. Se relaciona cómodamente con profesores y compañeros de clases, que la aventajan en edad por varias décadas. Así comienza a copiar naturalezas muertas primero y modelo vivo después, avanzando progresivamente a través de una suerte de escalafón jerárquico de materiales: primero será el dibujo a lápiz, luego la témpera y la acuarela y finalmente el óleo pastel.
En una de las caminatas de regreso a su casa, pasa por delante del Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad, dirigido por Andrés Duprat, y descubre la Primera Bienal Nacional de Arte, con un claro acento contemporáneo. El impacto es definitivo.
Paola Vega: No entendía nada de nada, no tenía idea de qué se trataba el arte contemporáneo, pero sin embargo estaba fascinada con lo que veía, me dio vuelta la cabeza ver esas obras: Elba Bairon, Cristina Schiavi, Daniel Joglar, Fabiana Imola, Sebastián Gordín, y muchos otros. Es difícil de explicar, es como enamorarse. Fue un flechazo.
En el año 2000 se propone asistir a algún taller donde pueda experimentar con ideas y materiales nuevos. Mantiene aún intacta su curiosidad por la pintura al óleo, que no le habían permitido usar en los talleres anteriores. Al mismo tiempo asiste a la Universidad y estudia la Licenciatura en Historia, y luego el Profesorado, aunque contrariando su verdadera vocación, a la que se quería dedicar de lleno.
PV: Empecé a ir a Espacio Vox. El docente era Gustavo López, pintor y editor de VOX, que publicaba una revista objeto y libros de poesía. Tenía una biblioteca increíble gracias a la cual conocí la obra de muchos artistas. Fue allí y a través de los ejercicios que planteaba, que empecé a adentrarme en la pintura abstracta. En muy poco tiempo sentí que eso era lo que quería, ser artista, ser pintora. Como mis padres no podían comprarme muchas telas y bastidores, pintaba sobre cualquier superficie. Una noche agarré todas las cajas de zapatos que había en mi pieza y las usé para hacer cuadritos.
En el 2002 le otorgan una de las Becas Antorchas para asistir a los talleres que el pintor Tulio de Sagastizábal dictaba en el MAC de Bahía Blanca. Un tiempo después se muda a Buenos Aires y continúa estudiando con él algunos años más.
PV: A Tulio lo considero mi maestro, su mirada aguda acerca del arte me impulsó a estudiar, investigar y querer aprender más. Con él, pude comenzar a pintar sobre tela y es alguien que me acompañó durante mucho tiempo en todo mi desarrollo como artista. También tomé clases con Pablo Siquier, a quien conocí en Bahía Blanca y cuando podía viajaba a Buenos Aires para asistir a su clinica. De él aprendí a pensar los cruces de la pintura con la literatura, el cine, la arquitectura, lo cotidiano. También tomé clases en el taller que dictaba Diana Aisenberg. Fue corto pero intenso. Ella viajaba algunos fines de semana para dar clases. Es una gran maestra. Mucho tiempo después, en el 2011, en el Programa de Artistas de la Universidad Di Tella, tuve como tutor a Jorge Macchi durante un año. Fue un punto de inflexión. Las discusiones que se generaban sobre las obras, sus intervenciones y las de Pablo Accinelli, que lo acompañaba como asistente, eran inteligentes e incisivas. La palabra tomaba otro peso.
Volviendo al año 2000, en los días turbulentos de la “revelación” del arte contemporáneo, Paola se había topado con un anuncio en la Municipalidad que informaba que Jorge Gumier Maier -en ese entonces Director del emblemático Centro Cultural Rojas, de la UBA- dictaría un seminario intensivo a los alumnos de la ESAV, la Escuela Superior de Artes Visuales.
PV: No tenía idea de quién era Gumier, ni tampoco de lo que significaba hacer clínica de obra. Me anoté y fui. Llevé los dos bastidores que tenía, unos papeles y mis cartones pintados. Gumier estaba descalzo, fumaba bastante y tenía sus antejos de lectura puestos como vincha. Mis pinturas abstractas eran un divague, y yo me moría por saber su opinión. Gumier me hizo pasar y me preguntó cuánto hacía que pintaba. Cuando le respondí que hacía cuatro meses me dijo: “No sé qué hacer, si echarte y pedirte que vuelvas en un año, o mirar esto”. Yo le supliqué que viese mis trabajos. Al final los miró, y dijo: “¿Ven esto? ¡Es el ejemplo de alguien que no fue a la ESAV!”.
En el 2015 Gumier ya está definitivamente instalado en el Tigre y Paola se lo había cruzado unas pocas veces, pero habían entrado en contacto fluido nuevamente a través de Facebook. Se escriben muy seguido y comparten información sobre artistas ignoradas -muchas de ellas históricas- imágenes de sus talleres, curiosidades del mundo del arte, material random.
PV: Un día subo una foto de Ana Sokol pidiendo información sobre ella. Gumier me escribe y me dice que la conoció siendo muy joven, que fueron con Eduardo Stupía a su peluquería, que también a él le causaba fascinación y que quiso hacerle una muestra en el Rojas. Me invitó al Tigre y fui a visitarlo. Hablamos de todo un poco, y me contó de sus ganas de hacerle una muestra a Omar Schiliro, que había muerto en 1994. Me dijo que había pasado unos siete años deprimido sin poder hacer nada por el dolor que le causaba esa pérdida. Quería retomar el proyecto y le había preguntado al I Ching si yo era la persona correcta para ayudarlo, y había salido que sí. Me propuso un plan de trabajo que consistía en reunirnos en su taller de la calle Rondeau dos veces al mes para planificar la muestra.
La muestra de Omar “Ahora voy a brillar” se inauguró en el Museo Fortabat el 6 de abril de 2018 y comprendió la totalidad de las obras que realizó el artista durante su vida. La exhibición fue cocurada por Paola y la artista Cristina Schiavi, a quien ella misma convocó. Siguió en contacto con Gumier en los años posteriores, asistiéndolo con su obra hasta el momento de su muerte.
La inmersión en la obra de otros artistas tiene para Paola Vega tanta importancia como profundizar en la suya propia. Por otro lado, hace un tiempo que advierte que los referentes históricos, los maestros, los pintores, salvo escasas excepciones, son hombres. A principios de los 2000 no se hablaba de rescatar artistas olvidadas, ni de equiparar las cuotas de artistas mujeres en las colecciones institucionales. Con los años, y hablando de este tema con colegas pintoras, se le ocurre junto a Ad Minoliti, formar un grupo que se llame justamente Pintoras, y desde ese colectivo realizar acciones artísticas.
PV: Un día, un poco por juego, comencé a buscar imágenes de artistas mujeres en sus talleres y, salvo de las muy famosas, no daba con ese material. El tema me empezó a obsesionar y mi búsqueda se centró en artistas mujeres a nivel mundial. Cada vez que encontraba algo lo subía a Facebook, ahí se generaba un feedback interesante porque algunos las descubrían conmigo, otros las conocían y me aportaban datos. El tema me interpelaba como mujer y como artista, y sentía que allí podía unir mi formación en historia con mi perspectiva de pintora. Alrededor del 2014 decidí concentrarme en artistas argentinas, históricas, sobre todo las desconocidas o a las que habían sido famosas en un momento y luego olvidadas. Casi nada estaba digitalizado, tuve que buscar el acceso a fuentes directas, me contacté con familiares de las artistas, con amigos, fui a bibliotecas, al Archivo General de la Nación, a fundaciones. Me debatí mucho en cómo darle forma a toda esta investigación, porque mi obra pictórica iba por otro lado, o sea, estas artistas estaban en mí y me atravesaban de algún modo u otro, pero mi pintura en sí misma iba hacia otro lugar. Así que mi investigación sobre artistas argentinas, históricas, tomó formato de diapositivas, de video, y de un libro, y a todos ellos los consideré obras.
Los virajes de la pintura de Paola a través del tiempo han sido en stop motion, en cámara lenta, lentísima, como si fuese una meditación sobre la práctica. La artista mantiene impecable su taller del Microcentro, para poder enfocarse -sin que nada la perturbe- en el color, en las diferencias sutiles, en descubrir zonas de la tela en la que los matices se funden, moviéndose siempre dentro de una paleta acotada en la que trabaja desde hace ya un tiempo. Entonces podemos advertir, por un lado, un intenso trabajo subjetivo y, por el otro, una búsqueda formal concentrada. Esa conciliación es uno de los pilares donde reside la eficacia de su trabajo, un fenómeno que sucede en sus pinturas desde hace unos años y se radicaliza, asimismo, en sus obras más recientes.
PV: Cada día me parece más misterioso todo, la vida, la muerte, los días, nosotros, y claro, la pintura. A la lentitud le sumaría en esta ocasión, de forma más profunda, la contemplación. Siempre que pinto voy frenando, alejándome, acercándome, esto es algo que creo que hacemos muchos pintores, pero ahora me doy cuenta que soy más lenta que antes, porque cuando debo decidir cómo seguir, puedo quedarme contemplando la obra y pensando de todo: en los colores, en lo que me gustaría transmitir, en los recuerdos de obras vistas, de charlas, de diferentes momentos de la vida. Siento que de alguna manera se ha profundizado el efecto cámara lenta y, junto a él, la meditación y la contemplación.
Si la obra de Paola Vega se puede mirar como un lienzo continuo, es en los cambios dramáticos en las dimensiones de sus cuadros, donde se encuentran las variaciones y los pulsos. Mantiene al mismo tiempo cuatro o cinco pinturas, que progresan todas juntas casi imperceptiblemente de un día para el otro. Así pasa de pintar una obra de 200 x 230 cm a otra contigua, de 20 x 30 cm. Recorre -pincel en mano- las paredes de su taller de donde cuelgan las pinturas haciendo toques y retoques, pero es quizás en la exigencia -y la novedad- del formato pequeño donde encuentra los desafíos más importantes y donde paradójicamente se siente más expuesta. Hay un efecto “halo”, una bruma que se posa sobre los óleos de su última producción, imágenes borrosas que sólo se advierten después de acostumbrar al ojo. En el tránsito, en el ida y vuelta, se ve algo, pero ¿qué es? Paola dice: “Al final, no es nada”.
Sonia Becce.